capitulo 4
Capitulo
4
Uca
Paso a la vida adulta
“Pasando
el tiempo, fui creciendo en mi pequeña y humilde morada, entre mis siete
hermanos.”
La
rutina, de la que tanto he hablado, fue empeorando. Ya que mis hermanos se iban
yendo y el trabajo iba aumentando. Por ejemplo Manolo se marcho a Cádiz. Por suerte no me toco cuidar a ninguno de
mis hermanos como a Nieves, o sea, cambiarles, darlos el biberón o cosas de esas.
Solamente observar a Martín para que no la liase ya que era un poco más pequeño
que yo. También tenía que subir todos los días a ver a las vacas y sacarlas a
pastar al monte, cosa que no era fácil.
Salíamos
a fuera, a un edificio grande hecho con paredes de piedra y un techo de madera,
donde estaban las vacas. Las sacábamos al camino que llevaba hacia el monte, bajábamos por un camino de tierra, que ahora
esta asfaltado, pero que obviamente, en
aquel tiempo no lo estaba. Después girábamos hacia la izquierda. Por ese camino
también se llagaba hasta el lavadero del pueblo. Era una gran estructura de
piedra con un techo de madera, con una gran “bañera” llena de agua donde se
lavaba la ropa. Poco después pasábamos por delante de la Iglesia donde había un
pequeño reloj de sol en la fachada de piedra.
La
iglesia es pequeña, de piedra y con un alto campanario con su campana que
sonaba puntualmente todos los días que había misa. El interior no era gran cosa,
una sala alargada con un pasillo central escoltado por dos filas de bancos de
madera que daban a un altar formado por una mesa de madera y un retablo con
Jesús, San Migueluco y Santa Eulalia. Después en el lateral, al lado derecho
del altar, estaba la sacristía formada por un armario un banco de madera y una
pequeña mesuca en el centro. En esa sala se vestía de el cura para dar la misa.
En la parte de atrás había una pila bautismal de piedra, y también detrás de la
pila un confesionario.
Después de pasar por delante de la iglesia, cogíamos un
camino de tierra que pasaba por dentro de una arboleda que tenía algún que otro
helecho y que subía hasta la montaña. Ya en ella, observábamos que ninguna vaca
se marchara y se extraviara, ya que era nuestro medio de comida y leche.
Después de un largo rato bajábamos por el mismo camino y volvíamos a casa.
Dentro de la cuadra rellenábamos los pesebres de comida, en este caso de paja y
nabos picados y poníamos el agua. El agua era procedente de un pozo que
teníamos en casa. El pozo piedra baja unos diecisiete metros y medio hasta un
gran acuífero de una cueva que hay debajo de la casa. Por la tarde solíamos
preparar la paja o el heno para las vacas y picábamos los nabos. Mi madre solía
estar cocinando o limpiando en la casa a veces con ayuda de mis hermanos.
Pocas
veces podía ir a la escuela a aprender ya que si necesitaban ayuda mis padres, algunos
de nosotros teníamos que quedarnos en casa a ayudar o subir al monte con mi
padre. Si había deberes o teníamos que estudiar algo que era pocas veces lo
hacíamos los siete hermanos, si teníamos algo que hacer, en la misma mesa de la
cocina. La mesa era pequeña, con pequeño cajón, donde cabían maximo seis
personas. Pero nosotros nos apretujábamos.
Hacia
esa época la cosa iba mejorando en España, se había instalado una dictadura,
donde el que mandaba en ese momento era
Franco y las personas que se habían ido a los pueblos para no ser matados en
las ciudades por los bombardeos fueron volviendo a las ciudades para encontrar
un trabajo bien remunerado o que por lo menos le pagaran unas pocas perras para
comprar comida o alguna medicinas etc, etc… para su familia.
En esa época se
invento un aparato que ahora todos vemos por nuestras calles. Aquello se
desplazaba a una velocidad considerable y sustituía el andar, “el coche”. La
primera persona que tuvo coche y carnet de conducir de todo el pueblo, aunque
no lo creáis, fui yo. Era un dos caballos. Era pequeño para dos personas con
poca velocidad y con pocos caballos de potencia. Yo lo utilizaba pocas veces,
pero era muy útil tenerlo. Lo utilizaba para mi primer trabajo fuera de casa.
Yo era repartidora
de huevos, cuando empecé a serlo la rutina dio un giro totalmente contrario al
que yo esperaba. Me levantaba a las cinco de la mañana, desayunaba e iba a
recoger el cargamento de nuestra propia granja. Teníamos gallinas y todas las
mañanas cogía los huevos del día anterior si quedaba alguno, y los nuevos que
habían puesto las gallinas. Después los ponía en sus respectivas cajas y los
acomodaba en el coche de forma que no cascaran, ya que si alguno cascaba mi
trabajo se iba al traste. Después iba a Torrelavega e iba pasando por las casas
donde habían pedido los huevos y los repartía. Cuando se me acababan los huevos
o el tiempo, volvía a casa con las pocas pesetas que hubiera ganado y se las
daba a mi padre para pagar las cosas
necesarias para la familia, aunque, siempre mi padre me daba unas pocas pesetas
para mí. En esa época yo tenía unos veintidós años.
Comentarios
Publicar un comentario